lunes, 7 de marzo de 2011

LAS PARVADAS Y EL LITORAL VERTICAL



LAS PARVADAS Y EL LITORAL VERTICAL
Juan Manuel López

“nada es más vasto que las cosas vacías"
Francis Bacon

El comienzo de una nueva mirada, también de arriba hacia abajo, al borde de la atmósfera en el límite del mundo en equilibrio de lo vertical del vacío, desenmascarando para siempre el anterior horizonte de la apropiación regional, o nacional, que ocultaba el de la duración y el de la extensión. La línea del horizonte es la primera frontera de la especie, la peor ”mi porvenir es el país que esta delante de mí”. La articulación de nuestras relaciones esta fundada sobre ese aplastamiento, sobre este apisamiento bajo el peso del cielo que nos constriñe a huir por la horizontal; todos nuestros conflictos pasados provienen de la chatura de la arena mundial, y el “Lebensraum” nazi no era más que el último avatar de este arcaismo geográfico.

Si bien para lo horizontal existe el horizonte, para lo vertical no existe tal cosa. Miramos entonces las
estrellas, la Luna, los otros planetas y vemos que en lo vertical no hay un límite. La línea del horizonte no es únicamente la plataforma del salto: es también el primer litoral ,el litoral vertical el que separa absolutamente lo" vacío" de lo "lleno".

Este vuelco gigantesco del mundo no nos alertó lo suficiente; desde entonces somos obrados, sin saberlo, y vivimos fláccidamente adosados al piso, estamos atravesados, tropezamos sin cesar y sin saberlo. El avión que nos sobrevuela nos corta el camino. Titubeamos como el homínido encorvado, primates, nuestros objetos y nuestras construcciones: inutilizables, inhabitables: la profundidad del cielo nos da vértigo, pero ni siquiera sabemos lo que éste significa, aunque conocemos el temor y el atractivo de las lejanías, la agorafobia responsable de las conquistas del imperio y la claustrofobia que aún no sirve para reprimir a nuestros enemigos, para secuestrar a nuestros amigos.

El vértigo y la libertad no son sinónimos. Los techos nos preservan…a nadie se le ocurrió que nos limitan más que las paredes. Cuando nos desplazamos por la calle o por el campo, nuestro andar resulta
comparable a una natación. Contemplamos el fondo, acostados, nos escapamos donde el dormir donde
nuestros sueños repiten la geometría de nuestras vigilias, y cuando caemos bruscamente nos reencontramos parados, despiertos, de cara al horizonte.

El homínido, sobre sus cuatro patas, ya no contemplaba más sus pies: miraba hacia delante; al enderezarse, sólo su cuerpo se ha desplazado hacia la práctica manual. Todavía falta enderezar la cabeza,
dejar de considerar nuestras manos y, narcisísticamente, sus obras, para ver la extensión profunda del
espacio sin horizonte, con el tiempo como último hito. La duración extendida encima de nuestras cabezas, de nuestros techos, ya es un campo de acción , un campo desconocido pero que debemos practicar si queremos volver a empezar otra vez…

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